Intenté
mirar alrededor pero apenas podía elevarme del suelo, aún no. Me dejaba caer
sobre él sin estructura, casi sin volúmenes, plana, prácticamente arrebatada de
mí… Podía sentir que aquel mismo espacio estaba lleno de seres que al igual que
yo, intentaban crearse.
Al
principio me sentí deshabituada, como si nunca antes me hubiera movido de
ningún modo, como si nunca antes hubiera sentido el suelo bajo mis pies. Tenía
que nacer de nuevo, esta vez de manera consciente; nadie empujaría por mí, nadie
me esperaría para recogerme. Esta vez tendría que nacer de mí misma, de mi
propia fertilidad soñolienta; salir de mi propio útero a aquel exterior que no
alcanzaba a ver… Las sensaciones me recorrían el cuerpo de una parte a otra,
permitiendo que me hiciera una idea de cuán grande era: ubicando mis pies, mis
manos, mis piernas, mis brazos; las caderas se abrían para expulsarme lejos, el
torso se expandía contra el suelo, la cabeza crecía con apoyos imaginarios en
paredes creadas por mí misma, que atraían cada parte de mí como si de fuerzas
opuestas se tratasen. Imaginé estructuras que pudieran soportar el peso de mis
anclajes; creé muros insondables que pudieran soportar la solidez de mis
segmentos; cavé suelos que cobijaran mis raíces y lentamente, cimenté la base
sobre la cual construiría aquella morada que me alumbraría.
Recuerdo
que hacía frío, recuerdo la oscuridad de las tinieblas que se enredaban en mis
ojos; el lamento lejano de la creación de otros seres. Aquel lugar estaba
siendo construido para construir-me; me erigía sobre unas piernas nuevas,
poderosas, que se apoyaban en las planicies de un nuevo mundo; los brazos se dibujaban
en el vacío contenido de aquel naciente hogar; el resto del cuerpo llegaba a
una intensa presencia antes si quiera de
que pudiera darse cuenta…
Sintiendo
la fuerza de la tierra bajo mis pies desnudos, que me impedía evaporarme por
las grietas invisibles del alma, comencé a encontrarme en cada uno de mis
huecos; comencé a encontrar los pedazos que en algún lugar, hacía tiempo, había
enterrado y, recomponiéndolos uno a uno, reconstruí la vida ante la cual me
había mostrado ajena; como si no fuera mía, como si en ningún momento se
hubiera tratado de mí, y penetrando en mis vacíos, descubrí los de otras vidas
que se acercaban, y llenaban cada una de mis estancias de alientos ancestrales,
que podía sentir en mis recovecos.
Así,
creada desde mí, reconstruida, apuntalada, pude destruirme mil veces para
volver a reconocerme en las ruinas de mi alma; pude crearme mil veces más para
reconocerme en nuevas esperanzas, en nuevas construcciones donde ya nunca
volvería a sentirme desolada, fría, malparida... Proyectada del plano angosto,
apenas bocetado, a la dimensión más absoluta, corpórea, tangible, donde los
vacíos me soplaban la vida en cada oquedad, completando la Obra.